Photo by Matt Jones

No me formé con creencias paranormales, es más, nunca creí en ese tipo de historias y pensaba que quienes las narraban, lo hacían producto de la ignorancia. Sin embargo, lo que viví en aquella casa, se quedará grabado en mi memoria por siempre; cada vez que lo traigo a mí, en algún recuerdo, mi cuerpo se estremece y mi mente lucha por librarse del trauma de aquella vivencia.

Estaba en una de las mejores universidades de mi país, estudiando la carrera que soñaba en La facultad de Derecho de la Universidad de Chile. La vida se había transformado en un cúmulo de experiencias nuevas y fascinantes, aunque también, llena de responsabilidades.

De tres hijos de madre viuda fui el segundo, lo que me transformaba en el del medio, pero esto nunca me afectó, debido a que todos crecimos sintiendo lo mismo. Mi madre era una mujer sombría y triste, como si la muerte de mi padre le hubiera robado la vida y la sonrisa de la cara. Sentíamos su amor incondicional, pero era como si lo recibiéramos a través de un cristal; casi irrompible e imposible de penetrar. Aún así, la amábamos con el alma y ese amor me llevó a desear, con toda la fuerza de mi espíritu, surgir para lograr sacarla de la pobreza y las condiciones precarias en las que vivíamos.

Ella nunca salió de nuestra oscura casa. El único sustento con que nos crió fue una miserable pensión de viudez. La idea de terminar mi carrera, poder sacarla de ese lugar y darle todo lo que merecía, me motivaba a esforzarme al máximo en mis estudios y en todo en mi vida. ¡Fue mi motor!

En la universidad era considerado un alumno brillante y, por lo mismo, recibí el apoyo de mis profesores quienes, lentamente, se fueron enterando de mi situación y por ello me ayudaban dándome trabajos que me permitieran llevar sustento a mi hogar, sin que por eso tuviera que dejar mis estudios. Uno de aquellos trabajos consistía en cuidar casas del barrio alto de Santiago, el cual me era muy cómodo y, a la vez, me permitía ganar algunos pesos y estudiar sin dificultad. ¡Era un trabajo fácil y no entorpecía mi rendimiento académico en nada!

Todo era perfecto hasta el día en que me solicitaron cuidar la casa de un matrimonio joven con un bebé de casi un año, que estaba pasando por un duelo y querían salir por un día de la capital, luego de un periodo de profunda tristeza. No tuve más información, solo que necesitaba llegar de madrugada al lugar que, para mí, se encontraba al otro extremo de la ciudad, considerando dónde estaba ubicado mi barrio.

Llegué muy temprano. La pareja ya tenía todo listo para su viaje, sin mayores explicaciones, me pasaron las llaves diciendo que me habían dejado todo para que mi día fuera cómodo. Se marcharon con un gesto de tristeza y, según pude notar, la esperanza de que esa salida los despejara. No hice preguntas, ¡lógicamente!

Una vez instalado, me dispuse a recorrer y conocer la bella casa, tan llena de comodidades. ¡Moderna y luminosa! Claramente, decorada por una pareja joven. En mi mente divagué sobre lo rápido que debía ser recuperarse de la penas en un lugar así. ¡Era una estupidez!, pero, para mí, todo eso era nuevo y grandioso.

Recorriendo el lugar, llegué al cuarto del bebé. Era hermoso, estaba lleno de juguetes y todo tipo de estímulos para un hijo feliz. La cama, que tenía forma de auto y se notaba con solo mirarla que era comodísima y mullida, me llevó a actuar de manera entusiasta e infantil. Con la locura de mi juventud, salté sobre ese blando colchón. Súbitamente, un escalofrío invadió mi cuerpo al sentir que unas manos frías se posaban sobre mi espalda empujándome fuera de la cama lanzándome de bruces al suelo. Un aire frío pareció invadir la pieza y, juraría que escuché el susurro de una mujer en mis oídos.

 ─¡Fuera de aquí!

 ¡Salí corriendo del cuarto, dispuesto a no volver a entrar en él, por nada de este mundo!

En mi mente, buscaba una respuesta lógica para la experiencia vivida. No la encontré, pero necesitaba vencer el miedo que me había invadido, entonces me dediqué a estudiar y, a la hora de almuerzo, disfrute las delicias que me habían dejado. El cansancio por madrugar, el miedo, más el abundante festín, me hicieron caer en un sueño profundo.

Un teléfono sonaba a lo lejos. Eso era común durante mis sueños, ya que, desde mi casa se oía con frecuencia aquel sonido proveniente de la casa de al lado, el cual no me despertaba, puesto que en la mía no había este tipo de comunicación. De pronto, me despertó nuevamente el mismo sonido y pude darme cuenta de que el teléfono que estaba sonando era el de la casa en donde me encontraba y que, seguramente, había sonado hacía un par de horas y yo no había respondido. Corrí a levantar el auricular y escuché una voz masculina que preguntaba por el dueño de casa.

 ─¡Llegará tarde, anda de viaje! ─le dije, y me respondió:

 ─¡Que extraño!, hace rato una señora me dijo que él llegaba a esta hora ─Corto. Me dejó perplejo su respuesta y la alusión sobre la señora, pues se suponía me encontraba solo en la casa. ¿Alguien tendría llaves y vino mientras dormía sin que me enterara? ¡Esto estaba pensando, cuando oí ruidos de ollas y muebles provenientes de la cocina. Sin vacilar, tomé lo primero que encontré, que fue un bate de béisbol, y me dirigí presuroso a descubrir al intruso.

Ante mi sorpresa, la cocina se encontraba intacta, los muebles cerrados y en su lugar. ¡No había nadie ahí! Aún estaba parado en la entrada de la cocina, cuando unos pasos aletargados avanzaron por el pasillo que conducía hacia esta. Salí con el bate en la mano y, con la sangre congelada por el espanto, pude ver que no había nadie en el pasillo, pero los pasos seguían aproximándose titubeantes, arrastrando uno de sus pies, como si se tratara de una anciana que, con dificultad, avanzaba hacia mí. Paralizado por el terror, solo pude quedarme en el lugar, mientras ese ser incorpóreo se aproximaba hasta pasar por mi lado y rozar mi cuerpo.

Por el aliento que sopló en mi cuello, pude darme cuenta de que se volteó y me miró al pasar por mi lado. Creí que moriría de terror y nunca más saldría de mi rigidez, pero el sonido de los muebles de la cocina, al abrirse, me hicieron escapar al frontis de aquella casa, en donde permanecí, petrificado de espanto hasta la llegada de sus moradores, ¡como quien se desmaya, pero permanece parado aguardando auxilio en su total y agónico terror!

Pasaron aproximadamente dos meses desde aquella experiencia. Por las noches, me despertaba aterrado recordando a aquella mujer (no me cabía duda de que lo era), arrastrando su cuerpo vacilante y su roce con el mío, indudablemente, real. Su respiración y su presencia. No aguanté y me cité con el dueño de casa para contarle lo vivido, no soportaba más.

No sé si me alivió o me dejó aún más aterrado, pero me contó que la madre de su esposa había muerto en esa casa y, por un tiempo, siguió cuidando a su nieto, hasta que el matrimonio tuvo que ir al cementerio a explicarle que debía descansar en paz. ¡Ellos cuidarían al niño!

He vivido con esto sin contarlo nunca a nadie, salvo a los involucrados, pero necesito sacarlo de mi alma, a ver si logro borrarlo de mi mente.

 La Casa que deseo Olvidar.

Resumen de la primera historia del libro “Experiencias Paranormales Reales”.

Eva Morgado Flores.

Pablo Briceño P. / Abogado Universidad de Chile.

Editado por Aguja Literaria