Lechuza

 

 

Mi nombre es Miguel y en el barrio me conocen como Micky, tengo 21 años y repetí dos veces el tercero medio, pero no fue de porro, solo de mala suerte. La primera por una gripe que me duró dos meses y la segunda por la muerte de mi mamá, cuando apenas podía levantarme de la cama. Pero no soy tonto como el Reinaldo, mi hermano mayor, que cayó en la cárcel por guardar la «merca» de su grupete de amigos, tampoco soy tonto como la Jessy, mi hermana chica, con dieciocho años y dos guaguas. La inteligencia la heredé de mi papi, quien, aunque no terminó sus estudios, fue uno de los pocos que logró dejar el alcohol y encontró trabajo en una ferretería en Cerrillos, por eso decidí seguir sus pasos, superarme y matricularme en un instituto 2×1, pero ya conocerán más de mi historia.

Corrí los platos sucios y me instalé en la mesa del living para estudiar porque en dos días más era la prueba de matemáticas coeficiente dos, me repetía en silencio: “Soy inteligente, yo puedo”, mientras la Jessy retaba a la guagua chica que estaba llorando como un gato. Intentaban distraerme, pero no los dejé, “me concentro, soy inteligente”. La vecina del block de abajo contraatacó con una cumbia a todo volumen, la esquivé, “me concentro, leo, soy inteligente”, me repetía. Arremetieron los impacientes micreros, quienes desataron un ruidoso concierto de bocinas que ni cerrando las ventanas lograba evitar; el barullo se colaba por los delgados vidrios, así que salí de la casa a buscar un poco de paz. Me instalé en las escaleras del lado norte del block, que daban a un árido patio interior y apareció la Vanesa, con cara de cansada, pero alegre como siempre; trabajaba de paramédico por las noches, según tengo entendido, y dormía todo el día (es una de las pocas profesionales del block), tiene ojeras cada vez más oscuras, pero lo compensa con sus piernas siempre bronceadas. Me felicitó y recomendó que siguiera estudiando, considera que es la única forma de surgir, me revolvió el pelo y regaló un chocolate Sahne Nuss.

La noche siguiente vino el Maicol a la casa, ex pololo de la Jessy, llegó borracho pidiendo ver a las guaguas, casi botó la puerta a patadas. Mi papi le dijo que regresara cuando pusiera un peso para la leche. Nos acostamos de madrugada por la larga discusión, pero el Maicol volvió por la mañana, loco, amenazándonos con que tenía una pistola. Apenas se fue llamamos a los pacos. Nos tomaron declaraciones, así que me acosté pasada las dos de la tarde, mientras la vecina de abajo hacía retumbar las paredes con reggaetón y la de enfrente vio la teleserie con el volumen a cien; por fortuna mi sueño era más grande y solo me bastó abrazar la almohada para dormir. Desperté en mitad de un silencio, en la quietud de la noche; miré mi celular, el reloj apuntaba las 3:32 AM. Fui al baño, miré y todos dormían. Volví a la cama, pero me fue imposible conciliar el sueño. Recordé la PPT de biología que debía hacer, así que, busqué mi computador entre la ropa sucia y me senté en la mesa, conecté la máquina al wifi de la vecina, la que, a esa hora era tan rápida, que incluso me permitió ver videos en YouTube. Terminé la presentación, pero seguía sin sueño, de modo que me dispuse a mirar por la ventana, tenía vista completa a la selva callejera; en la esquina una señora vendía sopaipillas a los colectiveros, a un costado el Caremonea moviendo la pasta a los angustiados de siempre y al fondo, un desfile de modas con coloridas putas entumidas, todos conviviendo bajo la única y estricta condición de la noche: mantener el silencio.

Al día siguiente dormí toda la mañana, desperté solo para comer algo y seguí mi ruta por los sueños hasta las ocho de la noche.

Ese lunes me levanté, duché y salí a la calle apresurado, tomé la 343 que me llevó directo a Estación Central, demoré cerca de una hora; aunque la prueba estuvo difícil, la respondí casi entera. Pude ver cómo el profesor la revisó al ojo y me felicitó diciendo que había mejorado bastante; recalcó que, si le ponía el mismo empeño para los exámenes, me graduaría. Esa palabra me revuelve la guata y al mismo tiempo me confirma que no soy tonto.

Llegando al block me topé con la Vanesa, me saludó alegre como siempre, menos cansada que la última vez que la vi. Andaba de vestido y se había cortado el pelo dejándose una chasquilla cortita adelante, se veía hermosa. Me preguntó si venía de la pega, pero le aclaré que estaba terminando el colegio; me felicitó y regaló otro Sahne Nuss, dijo que les sobraban a los viejitos en el hospital donde trabajaba.

En la casa la Jessy tenía una de las guaguas enfermas y vomitaba leche como un grifo. Mi papi le dio una pastilla y se quedó dormida en un santiamén. Nos sentamos a tomar té mientras me contaba que la cosa estaba mala en la ferretería y quizás iban a despedir gente, pero él es uno de los más inteligente y estaba seguro de que no lo despedirían, le miré sus manos, tan arrugadas, tan cansadas. 

Esa noche todos se fueron a dormir, pero yo como de costumbre no tenía sueño, así que me quedé en el living y encendí el computador. Me puse a ver videos de carreras de autos, perros siberianos y el top 10 de las casas más bonitas del mundo. Se escucharon gritos afuera, al parecer, la señora de las sopaipillas estaba siendo asaltada por un grupo de cabros chicos, una vecina la hizo callar.

—¡La noche se hizo para dormir! —le gritó.

Los cabros corrieron y se perdieron en un callejón mientras que las putas encendían una fogata para aplacar la fría espera de los clientes. Me quedé pensando en si será verdad que la noche se hizo para dormir. ¿Qué pasa con los que decidieron vivir en la oscuridad?, ¿están rompiendo el esquema natural del mundo? Mientras reflexionaba, pude ver cómo en el techo del block de enfrente, se posaba un pájaro blanco. Una lechuza, según Wikipedia. Pude observar que miraba con detención la calle, como vigilando, segura, en paz; abrió sus gloriosas alas y alzó el vuelo. Como seguía sin sueño, fui a la cocina a preparar café, total, debía seguir estudiando, quedaba muy poco para la próxima prueba. Me acomodé, abrí el libro y pude notar que era mucha la materia que entraba en el examen. Intenté concentrarme con mi mantra “soy inteligente”.

Después de estudiar dormí todo el día, profundo. Soñé con mi mami, que la casa estaba ordenada y todo era como antes, pero un balazo de los cabros de la Cinco Norte me despertó, se agarraban de nuevo con los de la San Gregorio. La guagua de mi hermana ya no lloraba, gritaba, me costó retomar el sueño, pero pude revolcarme en la cama y sumergirme en el calor de las frazadas; el sueño fue tan placentero que desperté de noche. Mi papi ese día llegó temprano, se notaba que había llorado y bebido vino; pasaba que lo habían echado de la pega, y no supe qué decirle; para colmo, la guagua de mi hermana lloraba más fuerte. Le di un abrazo a mi papi, no se me ocurrió nada más.

A la mañana siguiente alisté la mochila y salí muy nervioso al instituto. Me recosté en el frío asiento de la micro, trataba de repasar la materia del examen, pero me fue imposible así que cerré los ojos por un rato y evité pensar. De repente alguien me movió el hombro, desperté asustado, me dijo que habíamos llegado al terminal. Me había quedado dormido, estaba en Talagante. El chofer afirmó que no había micros de vuelta a esa hora, así que hice dedo en la carretera y por suerte me llevó una señora con su marido, no dejaba de pensar en el examen, tenía rabia y pena.

Me dejaron en Estación Central donde tomé una micro de vuelta, me tocó caminar por la avenida central cerca de mi casa, pude notar que un quiosquero ponía rejas en su negocio, reclamando que estaba aburrido que las putas le robaran los Sahne Nuss en la noche. Al mismo tiempo vi cómo afuera de mi casa los vecinos estaban agolpados, así que decidí desviarme y pasar por allí, de igual forma iba tarde. Pude ver que una patrulla de pacos salía con mi papá adentro. Adelante avanzaba una ambulancia y una vecina que me vio, corrió a contarme llorando lo que había pasado, como si sintiera una gran pena por la muerte de la guagua de la Jessy. Repetía que había sido un accidente, que mi papi estaba muy borracho y no se dio cuenta de que no era un calmante lo que le estaba dando al pequeño.

Subí las escaleras, nunca se me habían hecho tan pesadas, la puerta estaba abierta y todo era desorden, miré hacia la calle y me di cuenta de que había anochecido. ¿Cuánto tiempo había pasado? Había luna llena. Vi a la Vanesa bajando las escaleras, con una minifalda ajustada, mascando un chocolate Sahne Nuss. Abrí la ventana y me afirmé en los barrotes, subí hasta el techo, nunca imaginé tener una vista tan hermosa; la gente comenzaba a apagar sus luces y generar oscuridad, abrí mis brazos y me lancé. Avancé veloz hacia el norte, planeando con suavidad en la gélida noche, vi la inmensidad de la ciudad y sus calles, me detuve en la baranda de un departamento, un niño pareció verme y le gritó contento a su madre que había una lechuza en medio de la noche.

 

 

nuestras felicitaciones al autor, Diego Rojas morales.